Dra. María Berenguer
Pediatra
Ésta no sólo es la frase
que diría cualquier madre a su hijo que acaba de hacer una trastada de
importancia. También es una frase que puede pensar a diario un paciente
afectado de prosopagnosia. O lo que es lo mismo, una persona incapaz de
reconocer caras.
Esta curiosa afección
adquiere su nombre del griego “prosopon” πρόσωπον (cara) y “agnosia” αγνωσία (ausencia
de conocimiento). El término fue introducido por Joachim Bodamer en 1947 para
describir el caso clínico de un paciente de 24 años que tenía una herida de
bala en la cabeza. Este paciente había perdido su capacidad para reconocer las
caras de familiares y amigos, incluso era incapaz de reconocer su propio rostro
al mirarse en un espejo.
Los pacientes que
presentan agnosia visual son incapaces de reconocer estímulos visuales, sin
embargo no tienen ningún problema de visión. Para reconocer un objeto, el
estímulo sensorial que se produce se procesa en nuestro cerebro, con la ayuda
de nuestra experiencia individual y del resto de estímulos externos, cada uno
de nosotros percibirá ese objeto de una forma particular. Por lo tanto,
sensación y percepción van a constituir dos conceptos cuya asociación nos ayuda
constantemente a movernos en el mundo en el que vivimos.
La prosopagnosia es un tipo
de agnosia visual específico para las caras. El paciente no es capaz de
reconocer caras familiares y en los casos más graves incluso su cara en un
espejo. Se ayudan, por lo tanto, de procedimientos sustitutivos: la voz, forma de
caminar, particularidades en el vestir, características físicas importantes, etc…
Por lo tanto, el déficit va a ser más evidente en situaciones estáticas como
una fotografía que en situaciones
reales.
La prosopagnosia pura es
rara y mayoritariamente se debe a procesos adquiridos como ictus o enfermedades
degenerativas.
Un buen ejemplo, es el
libro del neurólogo y escritor Oliver Sacks “The man who mistook his wife
for a hat” (“En hombre que confundió a su esposa con un sombrero”) publicado en
1985. El caso que da nombre al libro habla de un hombre con prosopagnosia cuya esposa
estaba acostumbrada a curiosos incidentes diarios.
Dra. María Berenguer
Pediatra
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