Exhausto
regreso a casa en mi pequeña moto de 125cc. Es julio, son las 15:30 y el alquitrán de la Castellana
se derrite. Detrás va quedando cada vez más alejado el Hospital La Paz. Una idea borrosa me recuerda que allí
entré ayer. Era temprano. Me retiro, pero la actividad continúa.
La
recta final de la jornada ha consistido en ayudar a un compañero a atender a 54
pacientes citados de 9h a 14h en una consulta. Él solo no puede. Los pacientes
requieren tiempo. Tienen problemas de salud, familiares, personales… Muchos de
ellos están tristes y otros padecen ansiedad porque reciben malas noticias.
La
consulta se alarga. A última hora mi compañero es avisado por una urgencia y se
tiene que ir a operar a un paciente. Primero hablará con la familia.
- Pedro, me tengo que ir a quirófano. ¡Lo siento!
- Ni te preocupes, me quedo yo con la consulta. Ve tranquilo, opera.
El
último paciente de nuestra consulta me saluda con una sonrisa, pero no su
familia. La hija mantiene una postura hostil y me lo hace saber.
- ¿Dónde está el Doctor que nos suele atender ¡Llevamos más de una hora
esperando!
- Disculpe, se ha tenido que ir a quirófano.
- Si me hubieran atendido hace una hora, que era cuando me tocaba,
hubiera estado aquí.
Guardo
silencio y bajo la cabeza. Ella no lo sabe, pero me siento humillado…
Es hora
de regresar a casa. Ya no se ve el hospital, pero su actividad continúa. Atrás
quedan las brumas del sueño de una noche de verano. Ardió mi memoria.